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Luis Andrés Figueroa y la metafísica del más acá

  • Luis Andrés Figueroa
  • 31 may 2021
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 30 sept 2021

Por Luis Riffo

(Fotografías de Luis Andrés Figueroa)

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—Naciste en San Felipe, gran parte de tu vida has sido porteño y también estuviste durante un tiempo en Estados Unidos. ¿Qué valor le otorgas a los lugares de residencia en tu escritura? ¿Tiene sentido para ti hablar de literatura de provincia, autor de provincia?

—Nací en San Felipe y viví en ella infancia y adolescencia. Estudié en el mismo liceo en el cual lo hizo Pedro Aguirre Cerda. Bien lo dices, residencia en la escritura (mis primeros poemas son quinceañeros… y bien guardados, por cierto), pero primero está la residencia en la lectura, siguiendo tu imagen. Indisociable del aire de atardecer de cordillera y los árboles de jacarandá de la bella plaza de la ciudad. Una plaza a la cual, en el tiempo, borraron hasta su propia fuente original. ¿Entonces en dónde podría seguir viviendo esa fuente sino en la memoria y las palabras? Hay autores y libros inolvidables leídos a esa edad. Dafnis y Cloe, de Longo, La Tempestad de Shakespeare, Baudelaire y Poe, un dúo mortal, Dickens (sobre todo en invierno), Katherine Mansfield. Antonio Machado y Juan Rulfo, inolvidables; el Huidobro de Poemas árticos, el joven Neruda de Tentativa del hombre infinito, y Juana de Ibarbourou que me gustaba por su espíritu díscolo, fresco y de hálito griego; o las letras de canciones de Serrat, Jacques Prévert o Cat Stevens (mis propias lecciones de francés e inglés).

La Provincia. La Province, si lo dijéramos en Francia, muchos lo querrían. René Char era de la provincia y de la Provence (sonrío). Sí, también soy de la provincia. Como Santiago que aún posee mucho de una capital provinciana, además de colonial. Valparaíso, no. Valparaíso es un punto en los mares del mundo, como Nueva Orleans, Lisboa, Argel o Nápoles. Poéticamente hablando Santiago es una provincia de Valparaíso (otra sonrisa). Fernando Pessoa decía algo como: “yo soy de Lisboa, pero si fuese solamente de Lisboa, no sería de Lisboa”. La provincia universal se me hizo evidente al viajar en Estados Unidos, en especial en puertos como Nueva Orleans o de espacios de montañas viejas y pueblos morenos como en Nuevo México. Una maravilla. En Illinois, cerca de Chicago hay un Valparaiso (sin acento) nombrado así por nuestro Valparaíso, por el rescate de una tripulación norteamericana echada a pique por otra tripulación inglesa. Sí, Valparaíso y antes Aconcagua, mar y montaña, imagino que están siempre en lo que pienso y escribo.


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—Tu trabajo transita entre la poesía, la crónica y las conversaciones con destacados poetas chilenos. ¿Cuáles son los puentes que unen a esos diversos registros?


Creo que en la llamada prosa poética podría estar parte de la clave. Tengo una atracción más natural por la poesía en prosa o el verso prosaico, libre o regular, como Pavese, Machado y su siempre misma letanía —como el agua en la fuente— o el Teillier meditabundo. Meditar es pensar con imágenes, decía San Juan de la Cruz. O Juan Rulfo en Pedro Páramo que, para mí, es voz y poesía en estado puro. Tal vez es la prosa poética la que incursiona en la crónica de viajes. Es como una traslación de la prosa poética a esas visiones repentinas del viaje. Las conversaciones, por otro lado —más que diálogos o entrevistas— buscan el nosotros en el contrapunto de la con—versación practicada con placer y curiosidad en la presencia. Creo que la poesía, la crónica y las conversaciones vienen de una actitud de búsqueda y encuentro del tú y yo, del nosotros de toda poesía. Como decía, para mí la poesía es un diálogo que parece un monólogo.

—Da la impresión de que las conversaciones que has sostenido con Ennio Moltedo, Gonzalo Millán y Jorge Teillier se relacionan con tus propias búsquedas estéticas y éticas. ¿Qué hay en común entre ellos y qué podrías destacar de cada uno?


Mis primeras conversaciones fueron con Jorge Teillier en los ochenta. Las más extensas, con Ennio Moltedo entre los noventa e inicios del siglo. Las últimas con Gonzalo Millán en la mitad de la primera década del 2000. Tres poetas admirados. Y hay una voz femenina que debiera tener su libro y completar un cuarteto. La colaboración de los sexos, decía Virginia Woolf. Teillier hablaba del tono conversacional que pedía para su poesía, y tal vez de ahí puede venir esa búsqueda que tú descubres en estos ejercicios de la conversación, allí donde tus palabras son tuyas precisamente porque no son completamente tuyas.

Sí, fueron conversaciones a veces fluidas, otras veces metódicas, otras, azarosas, pero nacidas de las afinidades y aperturas ofrecidas por sus libros y su pensar. Tal vez por el sentido de la maravilla en Jorge Teillier, aquello que llamo la metafísica del más acá. Un sentido de la maravilla afín a la muerte de cada día, a la muerte soñada, como en Machado, Virginia Woolf o Rulfo. También ese sinsentido mudo próximo a Carroll. O sus cosas vistas, dignas de la más elaborada poesía oriental, china o japonesa. El Teillier de la pincelada única.

En el caso de Ennio Moltedo y su poesía en prosa, me atrajo su nitidez y concreción. Eso que tú percibes cuando observas un bodegón de Juan Gris. Una prosa contenida de volúmenes cubistas que también crean, a su modo, una metafísica asociada al espacio, a los objetos y a ciertas acciones ligadas a lo más lejano de la metafísica: la política. Es asombroso en Moltedo el cómo da una dimensión metafísica a los actos más burdos y diarios del hacer o del deshacer público. Ese elemento latino, a veces asombroso e irónico, otras veces sereno y desolado, como cuando Hopper pinta el borde de sus costas del Este.

Tal vez por esto es que al leer por primera vez a Gonzalo Millán en ese singular libro, menos que de bolsillo, llamado Seudónimos de la muerte, pues me marcó con análoga intensidad, pero esta vez con una poesía bronca y opaca. Siempre he sentido que la poesía de Millán es como un golpe sordo —como de boxeador de peso pluma— cuyo moretón se va revelando paso a paso, tardíamente, cuando duele. Lo mismo su intenso complemento, el erotismo, su metafísica de lo matérico, de la unión de lo antropológico y lo poético. El decía al final de una de las conversaciones que su poesía “es sobre una persona que descubre revelaciones debajo de una piedra, no mirando las águilas”.

Tal vez ahí yo encuentro una de otras tantas sintonías en las artes afines y distintas de Teillier, Moltedo y Millán. Una metafísica de lo próximo y del semejante. Una dedicación elaborada poéticamente desde y para los seres, el tiempo y el lugar al que pertenecemos. Para nada una utopía rabiosa, sacerdotal o aristocratizante. Hablando en términos de pintura, a Teillier le gustaban los maestros holandeses del hogar interior; a Moltedo, Paul Klee y los cubistas; a Millán, Caravaggio. Son poetas del oficio humanista de estos tiempos que corren, cuando tú percibes, como decía Ángela una amiga, un ser humano sin humanidad.


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—Tu poesía incorpora de una forma muy singular cierto ambiente de maravilla, de magia, que sin embargo está en las antípodas de lo sobrenatural o lo religioso y, por el contrario, es muy terrestre, como una poesía fenomenológica que hace vibrar a los objetos y al paisaje. ¿Estás de acuerdo con esa impresión?


—Sí, puede ser, con esa vibración de la que tú hablas. Tal vez es lo maravilloso nacido de la percepción, o intuición, de esa metafísica del más acá, como decía anteriormente. Una latencia de los seres al contacto con los sentidos, el lenguaje y los sueños. Más que terrestre, próxima o íntima. Como si esos seres, objetos y espacios fuesen prójimos de uno y uno de ellos. La memoria de los cuerpos próximos, diría yo. Sobre todo en los sueños… porque el espíritu también tiene cuerpo.

—Fuiste parte del movimiento universitario contra la dictadura durante los ochenta. ¿Qué relación ha tenido tu escritura con la historia reciente de nuestro país, incluyendo la postdictadura y la revuelta de octubre de 2019?


—Un trío de preguntas del segundo tipo. Sí… lo que el movimiento se llevó. En esos años universitarios de la primera década de los ochenta creo que uno se hizo parte del movimiento estudiantil, como tantos, simplemente para que dejara de existir la tortura en el mundo que nos tocó vivir, por decirlo de algún modo. Un movimiento estudiantil y chileno que nació en la UCV, aquí en Valparaíso, por lo demás. Uno recuerda, en lecturas y documentales, lo que hicieron los integrantes de La Rosa Blanca, con sus manifiestos y volantes en la Alemania bajo el nazismo en la Universidad de Münich. O los jóvenes de la Primavera de Praga ante la invasión soviética. O Tlatelolco en plenas Olimpiadas de México. O aquellos estadounidenses contra el Vietnam. En los mismos ochenta, los jóvenes de Tiananmen. Cuando se vaya escribiendo una historia más fidedigna y liberada de tabúes, algo deberá re-conocerse de los jóvenes de Uruguay, Argentina y Chile que a pesar de todo fueron una generación —generaron— y no fueron borrados del mapa por las dictaduras del Cono Sur, cuyo epítome fue Augusto Pinochet y sus miles de colaboradores. Es que las dictaduras, de todo tipo, tienen mucho apoyo. Ese apoyo es más amplio y frecuente de lo que se imagina. Hay una breve plaquette editada el 2008 por Revista Antítesis de la UCV titulada Una forma de huella en la arena que es una breve recapitulación de ese tiempo. Recapitulación de motivos, como en la música.

La evidencia definitiva, diez años después, al ver la obstrucción a la justicia cuando la detención de Augusto Pinochet en Londres solicitada por un tribunal español y otros tantos europeos, fue para mí como el scanner al tabú. A veces pienso que Pinochet fue como un Macbeth, por cierto aún más degradado que el propio personaje de Shakespeare; y que los involucrados en su rescate no llegaron a Hamlet, negando padre y reino. Creo que allí murió una parte importante del Chile de la larga resistencia social y cultural de los setenta y ochenta. Ese Chile posible que en gran parte no fue.

Recuerdo lo que escribía Lawrence de Arabia (lo descubrí en la revista Mampato, nuestro cable a tierra a los once años de edad) y que luego uno redescubre con mayor amplitud en sus Siete Pilares de la Sabiduría. El fragmento lo he guardado, aunque nuestro espíritu haya sido menos épico y más tópico que utópico: “Estábamos impelidos por ideas inexpresables y vaporosas, pero por las cuales podía lucharse… mas cuando terminamos y amaneció el mundo nuevo, los hombres viejos volvieron a surgir y nos arrebataron nuestra victoria para rehacer el mundo según el modelo del que ya conocían. La juventud pudo ganar, pero no había aprendido a conservar, y era lastimosamente débil contra la vejez. Balbucimos que habíamos trabajado para un nuevo cielo y una nueva tierra; ellos nos lo agradecieron e hicieron su paz”.

Tal vez nuevamente vuelva a suceder algo similar, es lo más frecuente. Pero igualmente es bueno imaginar y saber que siempre el mar trae olas grandes, azules e inesperadas.

Uno ha continuado haciendo lo que siempre le apasionó, como muchos, en los tiempos posteriores a 1988, la larga época de tantos seres mutantes (de nuevo Mampato y su historia del Árbol Gigante). Leer y escribir. Estudiar. Conversar. Y esta vez sí, decir y hacer callando. De un tiempo a esta parte, uno quiere ser más bien un otoño cálido y no un verano artificial. Esta difícil primavera les pertenece primeramente a los jóvenes. Porque fueron ellos los que saltaron en octubre las barreras imaginarias del tabú. Entonces, mejor aportar con el fuego cálido de otoño a sus sueños reales. Siendo adolescentes y jóvenes nos tocó la oscuridad de una dictadura que, muchas veces, pareciera persistir. Aunque uno agradece haber sido niño y adolescente en aquel Chile anterior a la oscuridad; haber vivido, jugado y soñado Para un pueblo fantasma, el título del libro de Jorge Teillier publicado en la UCV en 1978, el año en que entramos a nuestra casa universitaria, para estudiar y también dar vida a un movimiento estudiantil; la universidad que años después también mutó su nombre. Y es bueno pensar que uno quiere sus nombres, aquellos que la madre y el padre le dieron por una bella y secreta razón que después te revelan.


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